¿De dónde salen los políticos?

¿Alguna vez se preguntaron de dónde salen las personas que pretenden dirigir los destinos de nuestros países? ¿Qué hacen para acceder a los cargos que ocupan? ¿Cómo se las arreglaron o qué hicieron para llegar a donde están?

Nos hemos acostumbrado a pensar que con nuestro voto basta para colocar en los cargos públicos de alto o bajo rango a personas que consideramos idóneas para ocuparlos. Sin embargo, cabría seguirse preguntando: ¿quién nos plantea las opciones elegibles? ¿Por qué son ellos y ellas no otros u otras? ¿Qué o quién nos garantiza que, llegado el momento, cumplirán todos los ofrecimientos de los que se valen para obtener nuestros votos?

Doctrinas filosóficas y/o políticas han dicho claramente que el poder, per se, corrompe. Sin afiliarse totalmente a este postulado, la cercanía al poder y sus prebendas (control de la sociedad, manejo de dinero, contactos, viajes…) puede conducir fácilmente al cumplimiento de ese otro sabio refrán español que reza: “en arca abierta, el justo peca”. Y nuestro sistema no está precisamente constituido para prevenir e impedir esos ‘pecados’ en los que hasta la gente justa puede por lo menos resbalar, si no caer.

Por otro lado, el verdadero poder, oculto en la sombra y de características que se podrían calificar como siniestras, sin temor a equivocarse, tiene mecanismos para decidir a su vez sobre la ‘decisión’ popular cuando no conviene a sus intereses. Esto se da a nivel nacional, regional y hasta mundial. Recordemos si no el caso de Allende en Chile, o los más recientes de los golpes blandos a través de la judicialización de la política aplicados sobre todo en procesos latinoamericanos como ha sucedido con los gobiernos progresistas de Lula, Rousseff, Correa, Lugo, Zelaya, etc.

Pero entonces, ¿se puede hacer algo?

Parecería que, como sociedades y comunidades es importante comprender un par de cosas: primero, que podemos sufrir manipulaciones de todo tipo, sobre todo aplicaciones de la psicología de masas, para ‘dirigir’ nuestro voto en uno u otro sentido, y eso requiere que nos preparemos para interpretar, observar las trayectorias, los patrones, y leer entre líneas los discursos de todos aquellos que pretenden utilizarnos para llegar al poder, pues llegado el caso todos creen en el bien común, pero con más frecuencia de la deseable en cuanto acceden al poder ese trabajo por el bien común se redirige hacia el cuidado de sus negocios particulares y de los de sus socios y allegados.

En segundo lugar, se haría necesaria una participación popular, social y comunitaria más sostenida y efectiva en los procesos sociales. La creación de veedurías, de comités, el uso razonable de la protesta pacífica y las medidas de presión hacia las autoridades a las que se les proporcionaron votos para que hagan unas cosas (que ellos mismos ofrecieron, además) y no las que una vez en los cargos se ponen a hacer. Es importante recordar que los votantes, en su mayoría, son los mandantes, y que no pueden observar impávidos el incumplimiento de promesas o a veces su ‘violación’ descarada. Está visto que los mecanismos legales consignados en la Constitución tales como la revocatoria del mandato, y otros, también pueden ser manipulados y retrasados hasta que las autoridades cumplan con sus protervos cometidos o se pongan a salvo, entonces sí sería necesaria la creación de recursos para que la gente pueda pedir cuentas y encontrar soluciones a la codicia y la estulticia de algunas autoridades, y en últimas empoderarse de verdad sobre los destinos de sus pueblos, el manejo de sus recursos y en últimas la creación de unas sociedades y comunidades más justas y equitativas.