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Haití bajo la bota de la libertad
Las noticias que llegan de Haití siempre refieren a algún tipo de desgracia ya sea natural o político social y siempre se analiza el fenómeno, pero no la esencia del mismo.
La historia política de Haití es la historia de los desafíos de un pueblo que impuso su autodeterminación sobre los intereses de los imperios europeos y desde entonces las luchas por mantener esa autodeterminación han sido constantes.
La revolución haitiana no fue realizada por sectores de la pequeña burguesía letrada, fue realizada por esclavos que vivían en condiciones de extrema explotación y pobreza, es por eso que lo que caracterizo a esa revolución es su impronta, antiesclavista, antimperialista, antirracista, antipatriarcal y anticapitalista.
Era intolerable que surgiera una nación libre de esclavos cuando uno de los pilares económicos de las potencias europeas era el negocio de esclavos y el saqueo de los recursos naturales de los pueblos conquistados a sangre y fuego en un continente que ofrecía todas las posibilidades materiales para que las decadentes y devastadas metrópolis trasatlánticas imperiales acumularan riquezas y se pusieran de pie en medio de un proceso de transición económico y social sin precedentes.
En medio de un escenario encarnizado Inter imperialista a comienzos del siglo XIX y en un lugar estratégico como el Caribe, no se podía permitir que existiera una Constitución donde se consagrara que todos los hombres y mujeres fueran libres, menos aún, en 1804 cuando Napoleón se hizo proclamar emperador de los franceses y convirtiera a ese país en el Imperio Francés.
La expansión de Napoleón Bonaparte por Europa ponía en jaque el control y flujo de los recursos provenientes desde las colonias del nuevo continente, que al calor de esta situación comenzaban a desarrollar procesos independentistas que desconocían la autoridad de los gobiernos europeos.
Si tenemos en cuenta que la población indígena y africana era muy superior a la de los conquistadores y colonizadores europeos, el antecedente haitiano se constituía para las naciones imperiales en un hito sumamente peligroso, de allí que, la isla fuera asediada con intervenciones, bloqueos y obligaciones inverosímiles como el pago de indemnizaciones a Francia por su inclaudicable voluntad de ser libre, hasta que la naciente potencia imperial continental estadounidense en 1915 pusiera su bota “libertaria” sobre la voluntad del pueblo caribeño con su primera invasión militar hasta 1934, periodo en el cual avasalló la soberanía y arrasó las finanzas del país comenzando de esta manera el periodo oscuro que reina hasta la actualidad.
Desde esa invasión el destino político de Haití ha sido manipulado por EE.UU que al concluir la segunda guerra mundial y en el marco de la “guerra Fría”, no dudo en apostar a la figura de François Duvalier, médico que para mediados de la década del 50, cuando Estados Unidos comenzara con su cruzada criminal para derrocar gobiernos populares, se alzara como presidente de la Isla en las elecciones presidenciales de septiembre de 1957, por un periodo de seis años.
Para 1963, ante la mirada complaciente de los Estados Unidos, la OEA y la comunidad internacional, “Papa Doc” ilegalizó a las distintas organizaciones políticas, quedando la suya, el Partido Unidad Nacional, como única organización legal.
Para consolidar su poder ante el desafío que significaban dichas medidas, impulsó la creación de su propia policía, conocida como los “tontons macoutes”, integrada por antiguos malhechores sin escrúpulos, disciplinados y fanáticos seguidores del presidente y de su relato político- religioso, que lo hacían ver ante los ojos del pueblo como un ser con poderes sobrenaturales, imbuidas de las creencias del vudú.
Su cuerpo paramilitar impuso un régimen de terror al actuar con total impunidad tanto nacional como internacional con un saldo de entre treinta y sesenta mil personas asesinadas.
El gobierno de EE. UU. trataba a Duvalier como un aliado estratégico ya que se constituía como un guardián de los intereses occidentales ante la presencia en la región de la comunista isla de Cuba. El régimen haitiano combatía a los simpatizantes marxistas o a quienes mantuvieran contactos con La Habana.
Para 1964, Duvalier “Papa Doc”, cambió la Constitución y se proclamó presidente vitalicio al cual sucedería su hijo Jean-Claude, conocido como Baby Doc, quien también fuera proclamado presidente vitalicio en 1971, tras la muerte de su padre. Toda esta tragedia reñida con la democracia y con los convenios internacionales sobre la más variada gama de derechos, fue acompañada por las potencias occidentales tuteladas por el imperialismo norteamericano.
Todo ese terrible período fue de miseria y saqueo al pueblo haitiano, situación que revela que Haití no es una nación pobre, sino una nación empobrecida deliberadamente que cuenta con un pueblo indoblegable que ha sabido sobreponerse a todos los flagelos infringidos por el imperialismo y su casta política mercenaria.
En febrero de 1986, el general Henri Namphy asume una junta militar, al calor del descontento popular incentivado por los sermones de un sacerdote salesiano de nombre Jean-Bertrand Aristide y depone al dictador, que para la época no contaba con el apoyo de sus socios de Washington. Duvalier dejaba el país llevando consigo una importante y no precisada cantidad de dólares.
Luego de una sucesión de presidentes, y confiando en la promulgación de una amnistía, Jean-Claude, regresó a su país en el cual fue procesado y confinado un tiempo, hasta que murió en el 2014 sin haber pagado por sus crímenes y su saqueo a las arcas del Estado.
Durante 1987, el sacerdote continuó con las denuncias desde el altar de la iglesia y en las calles, encabezando las manifestaciones y reclamos de sus fieles, situación que lo llevó a vivir en carne propia atentados por parte de los grupos paramilitares que se habían consolidado en el país.
El proceso de deterioro y degradación política que había comenzado a principios del siglo veinte con la irrupción de las tropas norteamericanas, parecía no detenerse y por el contrario se volvía más violento. El 11 de septiembre de 1988, días antes del golpe de Estado que reemplazó a Namphy por el general Prosper Avril, hombres armados asaltaron la parroquia de Saint Jean Bosco, convertida en el centro del movimiento Ti Église (La Pequeña Iglesia) impulsado por Aristide, y asesinaron a unos 13 fieles e hirieron a otros 77, incendiando luego el edificio.
Los reclamos del sacerdote y la movilización popular continuaron haciendo eje en la corrupción, los abusos de la dictadura de Avril, el saqueo por parte de las clases dirigentes y la desigualdad socioeconómico que padecía el pueblo, considerando a las políticas implementadas por Estados Unidos, como las responsables de lo que vivía su país.
El 16 de diciembre de 1990, por primera vez en los 187 años de historia de Haití como Estado independiente se realizan elecciones democráticas, y Aristide como candidato del Lavalas*, movimiento prodemocracia que convocaba a diferentes organizaciones del movimiento popular, sindicatos y partidos democráticos, ganaba con el 67,5% de los votos a una decena de contrincantes y con amplia diferencia con el segundo, que obtenía el 14,2% de los sufragios. En las legislativas, luego de una segunda vuelta, Aristide obtenía una mayoría simple de 27 diputados sobre 83, seguido por 23 de las fuerzas de derecha.
El 7 de febrero de 1991 Aristide asume la jefatura del Estado por cinco años, un mes después de que el Ejército leal neutralizara un movimiento golpista cuyo cabecilla era Roger Lafontant, ministro del Interior y jefe de los «Tontons Macoute» bajo la dictadura de Jean-Claude Duvalier.
Con ese antecedente Aristide solicitó la cooperación de Estados Unidos y de Francia, para obtener posibilidades económicas que lo llevaran, ya no a eliminar, sino a reducir las injusticias sociales y la espantosa miseria del país «a un nivel digno de pobreza».
Haití presentaba indicadores sociales peores a los de varios países de África, con una esperanza de vida de 56 años, una tasa de mortalidad infantil cercana al 10%, un analfabetismo del 53% en la población adulta y el PIB por cada uno de sus 6,5 millones de habitantes que daba un cociente de 400 dólares.
Con una inflación del 25% y una precariedad laboral elevada, dependiendo de los precios en los mercados internacionales del cacao, café y azúcar de caña.
Con el fallido intento de golpe de Lafontant quedaba de manifiesto, que la democracia era endeble y que los oligarcas rurales, la alta burguesía y la burocracia militar corrupta, avizoraban un gran peligro para sus privilegios.
El 30 de septiembre de 1991, Aristide fue derrocado por un sangriento golpe de Estado que produjo una treintena de muertos, encabezado por el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Raoul Cédras y luego de una breve detención viajo a Venezuela, país gobernado por Carlos Andrés Perez.
El cáncer del duvallierismo había hecho metástasis en la sociedad y la vida política haitiana manipulando desde los sectores concentrados de la economía la voluntad emancipatoria del pueblo que una y otra vez volvía a enfrentarse con el terror.
Aristide, para ese momento contaba con el apoyo de la comunidad internacional, y de la administración norteamericana que estaba muy preocupada por la posible llegada a sus costas de “boat people” haitianos desplazados por el terrorismo de Estado de una dictadura que se contraponía con su nueva faceta de “protectora de los derechos humanos y de la libertad” con la cual pretendía acosar a la Cuba socialista.
Este giro en la política exterior norteamericana, fue acompañado por la ONU, la OEA, así como por la Comunidad del Caribe (CARICOM) que condenaron de forma unánime el Golpe de Estado en Haití.
La OEA decretó el embargo comercial con carácter inmediato y el Gobierno de Estados Unidos ordenó la congelación de los fondos haitianos en su territorio.
Para reponer a Aristide en el poder las diplomacias de Francia, Estados Unidos y Venezuela, junto a los enviados especiales de la ONU y la OEA iniciaron negociaciones con los golpistas y los representantes de los partidos parlamentarios afines al golpe.
La Administración Bush, consideraba prioritaria la recuperación del orden y la estabilidad del país caribeño, con o sin Aristide al mando, pero la llegada a la Casa Blanca de la administración demócrata de Bill Clinton aceleró el papel de Estados Unidos, como un mediador dispuesto a hacer cumplir los acuerdos firmados.
Después de varias idas y vueltas y de la firma de los acuerdos de Governors Island en EE.UU, entre el presidente derrocado y los golpistas, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el envío de una Misión de 1.500 policías civiles, MINUH, para asistir a las autoridades locales en la implementación de esos acuerdos, pero el 11 de octubre, cuando los efectivos de la MINUH pretendieron desembarcar en Puerto Príncipe, los golpistas abortaron la operación.
El pueblo haitiano seguía sufriendo el accionar terrorista de los golpistas y ahora nuevamente el restablecimiento de las sanciones por parte de la ONU.
Aristide se negó a cualquier posibilidad de negociación con los golpistas y solicitó a la comunidad internacional la intervención militar inmediata como el único camino para restaurar la constitucionalidad y detener las violaciones de los Derechos Humanos. El 31 de julio de 1994, el Consejo de Seguridad, mediante la resolución 940, procedió a la creación de una Fuerza Multinacional (FMN) integrada por 21.000 soldados para reponer a Aristide por la fuerza.
Así comienza otro capítulo tortuoso con el cual se enfrentaría el pueblo haitiano en su camino por recuperar la democracia, dichas fuerzas, en su momento serían reemplazada por la MINUH, ampliada a los 6.000 efectivos y convertidas en fuerzas para el mantenimiento de la paz.
Esta fue la primera vez que la comunidad internacional movilizara aprestos bélicos para “Restaurar una Democracia”. El 19 de septiembre de 1994 luego de que Cédras, hubiera pactado con el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, garantías de una amnistía total previa a la llegada de Aristide, la misión se hizo presente en Puerto Príncipe desarmando sin resistencia a los paramilitares.
El 15 de octubre Aristide regresaba al poder bajo la supervisión de Washington, custodiado por una comitiva encabezada por el secretario Warren Christopher, al tiempo, que el Consejo de Seguridad de la ONU anulaba el régimen de sanciones.
Aristide, sabía que su restitución presidencial era un compromiso sin precedentes con Estados Unidos, y desde ese momento multiplicó los llamamientos a la paz y a la reconciliación nacional, disolvió las Fuerzas Armadas, y procedió a la creación, supervisada por la MINUH, de una Policía Nacional (PNH) de carácter civil integrada por 6.000 funcionarios.
El 31 de marzo de 1995, Aristide recibió en Puerto Príncipe a Clinton y al secretario general de la ONU, Boutros-Ghali, en víspera del acto de transferencia del mando de la FMN a la MINUH. Desde ese momento 2.400 soldados del contingente estadounidense se quedarían como personal adscrito a la MINUH, hasta la celebración de las elecciones.
Pese a todo, el clima de violencia persistía y se hacía presente y los desencuentros políticos entre las organizaciones partidistas y las ambiciones personales enrarecían la vida democrática de un país ocupado militarmente por fuerzas extranjeras y maniatado por las políticas neoliberales del FMI y demás organismos internacionales.
El 7 de febrero de 1996, Aristide entregó los atributos presidenciales a Préval en un acto que marcó un hito histórico al ser el primer traspaso entre presidentes elegidos democráticamente en ese país.
De esta manera Aristide se alejaba de la vida institucional, pero no de sus aspiraciones políticas. En el marco de la reanudación del diálogo entre el Gobierno y el FMI, el presidente Préval, anunció un plan de racionalización económica consistente en la privatización de empresas del Estado y el achicamiento del mismo mediante la reducción de la plantilla de funcionarios, generando la reacción de diferentes expresiones políticas entre ellas la de Aristide.
La imposición del paquetazo neoliberal profundizó las contradicciones entre las fuerzas democráticas y deterioró la incipiente economía del país. Para las elecciones del año 2000 el partido de Aristide obtuvo un triunfo contundente en las elecciones legislativas del 21 de mayo y el 30 de julio, consiguiendo 72 de los 82 diputados y 26 de los 27 senadores, aunque los partidos opositores se negaron a participar en la segunda vuelta y los observadores de la OEA también se rehusaron a supervisarla.
El 26 de noviembre, Aristide derrotó con el 91,8% de los votos a seis contrincantes, pero la comunidad internacional, decidió no enviar observadores y mientras el CEP hablaba de una participación del 60% en las mismas, la oposición y los medios internacionales decían que el índice real no había excedido el 10%, lo que convertía a la elección en una «farsa».
El 7 de febrero de 2001 Aristide asume su segundo mandato presidencial por cinco años, pero en un escenario totalmente distinto al que lo acompañara anteriormente. Ya no contaba con el apoyo incondicional de la comunidad internacional y las líneas de créditos estaban suspendidas hasta la normalización política del país. En este marco el deterioro político y social se aceleraba incrementando la lucha de clases ya que los sectores privilegiados de la sociedad se montaban en un proceso de conspiración manteniendo sus privilegios a costa del padecimiento de la mayoría que había visto como en los últimos 15 años, con democracia o dictadura, la miseria se profundizaba, allanando el campo para la instalación de organizaciones criminales que cooptaban a jóvenes desesperados que no vislumbraban un futuro diferente al que habían presenciado de niños.
Esta segunda gestión de Aristide, estaba signada por la violencia y la miseria, el 28 de julio de 2001, hombres armados y con ropas de militares, atacaron tres estaciones policiales asesinando a cinco agentes. En noviembre, dos jornadas de huelga general convocada por la oposición terminaron con desmanes y enfrentamientos.
En diciembre, ocurriría un hecho sumamente grave, un comando rebelde formado por unos treinta hombres irrumpió en el Palacio Nacional disparando contra las fuerzas que custodiaban el mismo. Aristide se salvó porque no estaba en el lugar. Este evento nos marca una circunstancia que con el correr de los años volveríamos a presenciar, esta vez no como un intento de magnicidio, sino como un magnicidio consumado en la figura de Jovenel Moïse.
El resultado de esta aventura golpista fue de ocho personas muertas, y la respuesta de miles de seguidores del presidente portando machetes y armas de fuego, cazando a los rebeldes en fuga, dando muerte a cuatro cerca de la frontera dominicana. La furia desbordada no se detuvo ahí y también hizo blanco en los partidos opositores.
Con el condicionamiento económico externo y el deterioro interno, la violencia se iba instalando en gran parte del país. El deterioro institucional se manifestaba en los sucesivos cambios de gabinetes y la insatisfacción popular crecía al calor de la profundización de la miseria y las denuncias de corrupción.
Al cumplirse el 1 de enero de 2004 el bicentenario de la proclamación de la independencia, la llamada Plataforma Democrática de la Sociedad Civil y de los Partidos Políticos de la Oposición presentaron una «alternativa de transición» que consistía en la salida de Aristide del poder y su sustitución por un presidente interino hasta la celebración de elecciones.
La CARICOM recibió en Jamaica a una delegación de la Plataforma, a la que propuso la designación de un primer ministro independiente y el despliegue de una fuerza policial multinacional, Aristide acepto negociar el nombramiento de un nuevo primer ministro y un gobierno abierto a los partidos de la oposición y la sociedad civil, pero al concluir su mandato en 2006. La organización opositora hizo énfasis en la dimisión de Aristide y la disolución de los grupos de seguidores armados del presidente generando el estancamiento de la negociación.
El comienzo de año mostraba un panorama de guerra civil en desarrollo, los muertos, producto de la violencia política, a mitad de año superaban la cincuentena, las bandas criminales enroladas en el Ejército Caníbal, que había tomado el nombre de Frente de Resistencia Revolucionario de Artibonite (FRRA) y también Frente para la Liberación y la Reconstrucción Nacionales (FLRN), dirigidas por Butteur Métayer, y dos de sus lugartenientes, Winter Etienne y Milfort Ferdinand, alias Ti Will, se habían proclamado respectivamente jefe regional de la Policía, alcalde y comisario de la «ciudad liberada» de Gonaïves, destruyendo los edificios gubernamentales y las comisarías y vaciando las cárceles derrotando a las fuerzas oficiales a las que pusieron en fuga o asesinaron.
Queda de manifiesto que Haití, es un país intervenido económicamente y manipulado políticamente, pero lo más llamativo es el poder armado de las bandas de narcotraficantes que enfrentan a las fuerzas institucionales, con armamento sofisticado que no puede provenir de otro lugar que no sea Estados Unidos, por vías convencionales o clandestinas.
El día 13 de febrero Aristide acepto la propuesta de la OEA y la CARICOM de enviar una fuerza policial internacional. Pero el día 15, daba inicio la desbandada del gobierno y uno de los jefes de los paramilitares del FRAPH, durante la dictadura de Cédras, llegado desde la República Dominicana entró en conversaciones con el FLRN para coordinar sus respectivas insurgencias para entrar en Puerto Príncipe.
La caotización de la sociedad abrió las puertas a la intervención militar extranjera. El día 23 George W. Bush envió a un pelotón de marines para proteger la Embajada estadounidense, y Francia se alisto para intervenir.
El domingo, 29 de febrero, Aristide subió a un avión de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y despegó junto a un reducido séquito, entre ellos su esposa Mildred, su cuñado y dos guardaespaldas con rumbo desconocido.
Desde su exilio africano denunció que el día sábado 28 una comitiva de «agentes» y «militares» estadounidenses se había presentado en su mansión y le habrían obligado a firmar un documento por el que renunciaba al poder bajo la amenaza de que en caso contrario habría un «baño de sangre» y «miles de personas serían asesinadas».
Washington desmintió las declaraciones, pero las sospechas de que eso fuera así, quedaron plasmadas en los pedidos de algunos gobiernos de la CARICOM, que demandaron una investigación internacional independiente por las declaraciones del ex presidente y decidieron no enviar tropas a la Fuerza Militar Internacional.
En abril de 2005 Aristide acusó a Estados Unidos, Francia y Canadá de ser cómplices del «holocausto negro» que venía perpetrándose en Haití en el último año y denunció que la «represión» sufrida por sus partidarios había causado «10.000 muertos».
Las intervenciones imperialistas sobre la isla desde 1915 no han traído ni estabilidad ni bienestar al pueblo haitiano. La última de ellas, la Misión de la ONU para la Estabilización de Haití (MINUSTAH) duró 13 años (2004-2017), y para lo que sirvió fue para acrecentar el odio hacia la ocupación que generó la degradación de las condiciones de vida de la población, cometiendo todo tipo de aberraciones, abusos y asesinatos, avasallando la soberanía del pueblo haitiano.
Ahora, las fuerzas de gobiernos sospechados de ser los autores ideológicos y financieros del magnicidio contra el presidente de facto Jovenel Moïse a manos de mercenarios colombianos, vuelven a poner su bota libertaria y democrática sobre una nación que más allá de las contradicciones internas y las calamidades ambientales y estructurales sigue de pie para rescatar los valores libertarios de la gesta de 1804.
Haití sigue siendo manipulada por la concepción militarista norteamericana que ve en ella una ubicación estratégica indispensable para el control militar del caribe y para continuar con su plan terrorista de desestabilizar a la socialista isla de Cuba, fundamentalmente en momentos en los que el multipolarismo se levanta como una opción para los pueblos empobrecidos del sur y del Caribe.
Haití necesita la solidaridad plena y activa de los pueblos y la firme determinación de las naciones del mundo de respetar su soberanía y su autodeterminación e impedir que se repita la experiencia de la MINUSTAH. En Haití se hace carne la innegable convicción del libertador Simón Bolívar de que “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad”.