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Periodismo de genuflexión
En 1995, durante el juicio político por malversación de fondos al vicepresidente de la república, Alberto Dahik fue interpelado por Rafael Cuesta, entonces diputado por el Partido Socialcristiano (PSC). Dahik lanzó desde la tribuna legislativa varias verdades incómodas para la bancada socialcristiana, que no esperaba que un ex-aliado exhiba desde el Congreso.
Cuesta, en ese momento la punta de lanza de los violentos socialcristianos, se bajó de su curul y apresurado llegó hasta donde estaba Dahik, señalándolo, vociferando lo que su descontrol e indignación le permitían articular. Dahik, desde su lugar, lo recibió con una humillante sonrisa.
De esa indignación por la «defensa del pais» a Cuesta no le queda nada. El sometimiento y la domesticación convenientes que se le conceden a un aliado, aún con la certeza y la evidencia de que su incompetencia marcará por siempre el destino de sus tiendas políticas y su «prestigio». Pareciera que un futuro no es posible, no es considerado ni se habla de él.
Rafael Cuesta, ahora devenido en comunicador y “crítico objetivo” del mismo gobierno que lo auspicia entrevistó al presidente Guillermo Lasso. Uno escucha la entrevista, su vacuidad e insistencia en los lugares comunes y es imposible no pensar en lo edulcorado del guión. Cuesta a ratos se encorva, baja la voz, jamás pide precisiones ni repregunta. No hay ninguna emoción, todo es lineal y uno de los objetivos del género de la entrevista que es descubir nuevas dimensiones de algún asunto o de un perfil no se logra. Lasso dice, literalmente cualquier cosa, y del otro lado Cuesta no es capaz de pedirle alguna evidencia de lo que afirma o de al menos rebatir la secuencia ilógica de lo que el presidente afirma.
Rafael Cuesta va más allá de la permisividad. Baja aún más el tono. Acepta generalidades, no pide evidencia, no obtiene soporte en documentos. En temas tan delicados como la seguridad no trasciende, a pesar de que en el año 2000 él mismo fue víctima de un atentado con un sobre-bomba.
Mientras esta entrevista se transmitía, se ejecutaba la 8va masacre carcelaria. La 7ma en la presidencia del banquero Guillermo Lasso. Nadie mencionó el tema. Son silencios que sí importan, si no estás en el gobierno. La entrevista transcurre sin sobresaltos, en un diálogo donde se menciona más a Assad Bucaram que las soluciones a los problemas del país.
Para ser justos con Cuesta, no es el único comunicador que actúa de forma tan antiética. Lasso se ha acostumbrado a entrevistas pactadas, lineales, pregrabadas donde tiene la libertad de describir con lujo de detalles un paraíso social e idílico llamado Ecuador. El problema es que esa tierra de libertad y oportunidades solo existe para él y su circulo cercano. Para esta protección todo vale: periodistas amorales en silencio, mercaderes de la cal que van blanqueando cualquier cosa que diga el presidente, faranduleros que saben leer pero no ejercen y hasta inusitadas geógrafas que agregan una que otra provincia al país.
Si el periodismo cumpliera una parte de su función tendríamos ahí los recortes de prensa y los videos de los crímenes de la policía, reiterativos, persistentes, secuenciales, para recordarnos que la única época donde se quiso realizar cambios más profundos, los policias se amotinaron.
A los pocos minutos de iniciada la entrevista de anoche, Lasso reprime a un periodista con la fuerza que cualquiera impone al sacudir su alfombra: “Usted déjeme hablar” y el entrevistador responde “encantado”. El entrevistador es Carlos Vera. En el pico de su carrera en su show dominical y ante las interrupciones, Carlos Vera ensayaba frases como “aquí el que habla soy yo”, “yo soy quién decide quién habla y cuándo”. Es una escena vergonzosa y te avisa el tono que tendrá la entrevista. El periodismo así de domesticado, de rodillas se ha convertido en Periodismo de Genuflexión.
Vera responde con un sonido gutural cuando el presidente le lanza: “¿usted sabe cuánto es 20 por 30? doscientos dólares”. Es incapaz de ponerle un sentido lógico a las fantasías que describe el presidente. Sus tres años de leyes y casi 4 meses en el World Press Institute no le ayudan a corregir el combo que arma Guillermo Lasso mezclando gasto corriente e inversión social. Acepta como si nada que su entrevistado le diga “usted no sabe nada de administración pública” sin advertir la falacia ad hominen que lo desvía del tema. Lasso, jugador con pocos recursos narrativos y acostumbrado a no presentar evidencia, desarma de inmediato el único cuestionamiento válido que hace el entrevistador: “usted está equivocado”, “sus opiniones no son válidas en este tema”.
La entrevista transcurre con Lasso quejándose de que lo cuestionan, mientras menciona casos puntuales y asegura conocer el pais mejor que quienes andamos a pie buscando comida y trabajo. Vera literalmente hunde su cabeza entre sus hombros, se inclina hacia adelante buscando conectar y simpatizar con el mandatario. Aquí no exhibe su prepotencia ni prueba sus insultos: está exhultante y responde “me faltó ponerle aplausos”. En algún momento, de manera inadvertida vera hace una confesión: “¿Usted quiere cambiar a la prensa también ahora? La prensa que tanto le apoyó”. El Periodismo de Genuflexión es así de servil.
Carlos Vera es quizás el periodista con más acceso al presidente Lasso. Y cuando digo acceso no lo digo eufemísticamente: en su año y 4 meses de gestión, Vera lo ha entrevistado 3 veces. La primera fue el 13 de octubre de 2021, luego el 24 de febrero de 2022, y anoche 12 de octubre de 2022. ¿Cuántas veces Guillermo Lasso le ha concedido a un periodista, medio independiente o algún comunicador etiquetado como opositor? Ninguna. Y es que Lasso sabe que quedaría expuesto y desarmado con comunicadores que piden precisiones y exigen evidencia, que le recuerdan las promesas que no ha complido, que lo corrijan en sus desaciertos geográficos y aritméticos. Pero el Periodismo de Genuflexión sí se presta para esto y sus servicios van más allá: se acepta la revisión de las preguntas y temas a abordar (una especie de curaduría del encubrimiento), se ensayan las preguntas, se siguen libretos. El alcance de Carlos Vera con Lasso se confirma en el minuto 55 de la entrevista: “A usted le envié un video directamente un video que yo grabé con mi teléfono…”, exponiendo la relación preferencial de Vera en el entorno gubernamental.
Más generalidades, más “estamos trabajando”, “vamos a hacer esto”. Y más silencios. Sobre el asesinato de una abogada en una locación policial no se dice nada. Sobre la incompetencia de la policía para detener a los autores, cómplices y (seguramente) numerosos encubridores, nada.
Carlos Vera también militó y fue candidato a asambleísta por el Partido Social Cristiano, pero no obtuvo los votos necesarios para una curul (le heredó este “legado” de fracaso electoral a su hijo quien se lanzó al concejo municipal pero tampoco ganó la elección). Estos detalles no son triviales porque la prensa hegemónica insiste en promover a personajes casi grotescos como Vera, como periodistas objetivos y sin sesgos y suelen adherirle la engañosa etiqueta de “con trayectoria”.
En una comunidad donde la memoria se diluye cotidianamente entre saciar el hambre, la precarización laboral y el paso agigantado de la delincuencia organizada, no hay periodistas ni comunicadores capaces de darle el contexto apropiado al encuadre de estos líderes de opinión que en su momento han estado del lado de lo más procaz de la política ecuatoriana: ya sea lavándole la cara a los crímenes de estado del febrescorderismo, alabando las políticas asfixiantes de Sixto Durán Ballén, de ministro de Bucaram o defendiendo abiertamente a banqueros que se fugaron con el patrimonio de millones de ecuatorianos.
El círculo de comunicadores y periodistas que desean congraciarse con el gobierno jamás critican acciones violentas como la de Vera, más bien la encubren, las minimizan o silencian. Tampoco dijeron nada cuando anunció como un acto circense la presentación de “una persona pobre” en su show. Si el canal del cerro en Guayaquil publicara su hemeroteca, este personaje quedaría expuesto con momentos muy incómodos, como por ejemplo cuando dijo que el jamás podría ser presidente porque sería “un dictador”. Lo dijo en su show dominical, pero ya nadie se acuerda.
Hoy sus trollcenters encabezado por sus golems y algunos mercaderes nos dicen que esta entrevista sí hay que aplaudirla, que al fin el problema del gobierno -reducido a una falla en la comunicación- se ha resuelto, aunque las rodillas de algunos comunicadores se hayan lastimado, temporalmente.