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La Muerte de Monseñor Leonidas Proaño: Un AsesinatoEstructural y una Tragedia Silenciosa desde el Poder
Monseñor Leonidas Proaño, conocido como el «Obispo de los Indios,» falleció el 31 de agosto de 1988 en Quito, Ecuador. Su vida, dedicada a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas y a la lucha por la justicia social, lo convirtió en una figura incómoda tanto para la jerarquía de la Iglesia Católica como para los poderes fácticos del país. Aunque el diagnóstico médico oficial atribuyó su muerte a un carcinoma gástrico con metástasis hepáticas, el contexto en el que ocurrió su fallecimiento sugiere que las causas fueron mucho más complejas y profundas, involucrando factores sociales, emocionales y políticos que contribuyeron significativamente a su muerte
Un Personaje Incómodo para la Jerarquía Eclesiástica y los Poderes Fácticos
Leonidas Proaño fue una figura emblemática en la lucha por los derechos humanos y la dignidad de los pueblos indígenas de Ecuador. Su inquebrantable compromiso con la justicia lo llevó a enfrentarse directamente con los intereses de los poderes fácticos que dominan la sociedad ecuatoriana: la Iglesia Católica conservadora, las oligarquías económicas, las fuerzas armadas, la policía, y los medios de comunicación, todos ellos bajo la sombra del intervencionismo norteamericano. Estas estructuras de poder no podían permitir que una figura tan subversiva continuara desafiando su hegemonía.
En los últimos meses de vida de Monseñor Proaño, las tensiones y presiones a las que fue sometido contribuyeron significativamente a su deterioro de salud. Según Nidia Arrobo, quien fue su secretaria durante sus últimos años, uno de los episodios más críticos ocurrió en mayo de 1988, durante una reunión de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. En esta reunión, Proaño, quien presidía el Departamento de Pastoral Indígena, defendió apasionadamente la creación de una Biblia ecuménica en quichua. Sin embargo, su propuesta fue rechazada y desestimada por sus colegas obispos, lo que provocó un fuerte impacto emocional en él. Al salir de este encuentro, Proaño vomitó sangre, un síntoma que reveló el grave efecto que las tensiones estaban teniendo en su salud. Este episodio marcó el inicio de un rápido y alarmante deterioro físico que culminaría en su fallecimiento pocos meses después.
Traición y Aislamiento: La Agonía de Proaño
Además del deterioro físico, Proaño experimentó un profundo desgaste emocional, agravado por las traiciones de aquellos en quienes confiaba. Eliza Velata, encargada de recuperar el archivo personal de Monseñor Proaño, relata cómo a lo largo de su vida, Proaño sufrió profundamente debido a las acciones de sus propios compañeros en la Iglesia. Estos lo traicionaron y aislaron por sus convicciones y su lucha por los derechos de los más pobres, infligiéndole un dolor moral tan profundo que muchos consideran que fue este sufrimiento, más que el cáncer, lo que verdaderamente lo mató.
Leonardo Astudillo, su médico de cabecera, diagnosticó la enfermedad de Proaño y mencionó que, aunque Proaño tuvo la opción de seguir tratamientos médicos más agresivos, optó por una medicina más natural y espiritual, en coherencia con sus creencias y su rechazo a las imposiciones del poder. Este rechazo a los tratamientos convencionales podría interpretarse como un acto final de resistencia contra las fuerzas que lo oprimían. Sin embargo, también es evidente que el desgaste emocional y la falta de apoyo jugaron un papel crucial en el avance de su enfermedad.
La Muerte de Proaño: Una Conspiración Silenciosa
La muerte de Leonidas Proaño no puede ser vista simplemente como una consecuencia natural de una enfermedad. Fue, en muchos sentidos, un asesinato estructural. Los poderes formales y fácticos del Ecuador, que no podían tolerar la existencia de una figura que desafiaba sus fundamentos, encontraron en su enfermedad una manera conveniente de deshacerse de él.
El sistema capitalista y neoliberal en Ecuador, respaldado por las oligarquías y sostenido por el intervencionismo norteamericano, no tenía lugar para una figura como Monseñor Leonidas Proaño, quien proclamaba un Evangelio subversivo y defendía a los más pobres. Proaño se enfrentó valientemente a estas estructuras de poder, desde la jerarquía conservadora de la Iglesia hasta los intereses económicos y políticos de las clases oligárquicas. Estas fuerzas, decididas a mantener su dominio, actuaron en conjunto para aislarlo, desgastarlo y, finalmente, permitir que su enfermedad física completara la labor de eliminar a un hombre que representaba una amenaza real para su hegemonía. No se trataba solo de atacar a un individuo, sino de destruir la ideología de una sociedad basada en la Verdad, la Justicia y el Amor que Proaño encarnaba y promovía—una ideología que desafiaba frontalmente el orden establecido por el capitalismo dominante.
Proaño y los Perseguidos de Hoy
El caso de Monseñor Leonidas Proaño resuena con especial fuerza en el contexto actual, donde activistas, periodistas, defensores de derechos humanos y líderes sociales en diversas partes del mundo enfrentan persecuciones similares. Al igual que Proaño, muchas de estas personas son vistas como una amenaza por los poderes fácticos debido a su inquebrantable compromiso con el bien común de la humanidad y su valentía para desafiar las estructuras de poder que perpetúan la injusticia y la desigualdad.
Estos casos actuales, como los de defensores del medio ambiente, líderes indígenas o activistas que luchan contra la corrupción, muestran un patrón donde la opresión se manifiesta no solo a través de la violencia física, sino también mediante el aislamiento, la deslegitimación y la persecución psicológica. En un mundo donde el poder económico y político sigue dominando, la figura de Proaño se erige como un recordatorio de que la lucha por la justicia social siempre tiene un costo, y que las fuerzas del estatus quo no dudan en utilizar cualquier medio para eliminar a quienes se oponen a sus intereses.
Leonidas Proaño murió como vivió: en constante lucha. Aunque su cuerpo sucumbió al cáncer, su legado permanece vivo y vibrante en las comunidades que continúan su lucha por la justicia y la dignidad. Su muerte no marcó un final, sino un poderoso recordatorio de que la lucha por la justicia social y los derechos humanos, aunque repleta de obstáculos, es una tarea que exige el compromiso colectivo. Es un llamado a despertar, a unirse contra el yugo opresor, conscientes de que este camino, aunque desafiante, es ineludible para quienes buscan un mundo más justo, incluso si el costo personal es alto