Gobernar para todos

Cuando yo estaba en el colegio, hace mucho tiempo ya, las inocentes religiosas que regentaban la institución solían hacernos responsables de todo lo que ocurría en nuestra casa y en el país en general. Nos decían que debemos presionar a nuestros padres para que votaran por un candidato que le agradara a Dios. Y a Dios le solían agradar los candidatos de derecha. Nos decían que debemos presionar a nuestros padres para que protestaran si se quería regular la educación confesional como la educación fiscal, sobre todo en lo que a sueldos de los profesores se refería, y Dios (el Dios de Jesús, supongo, el Padre de quien sentenció que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja antes que un rico entre al reino de los cielos) no quería que se paguen salarios justos a sus obreros, porque según decían las monjitas eso acabaría con la educación confesional en el país. Han pasado como cuarenta y cinco años, y no ha sucedido nada. Pero lo peor de todo era que nos decían que, si no lográbamos nuestro cometido (sugiriendo, suplicando o quizás, en el peor de los casos, dejando de comer o directamente emperrándonos), Dios y la Virgen nos lo tendrían en cuenta cuando llegara el momento. O sea, infierno a la vista.

Supongo que no solamente es la Iglesia Católica, proverbial defensora del statu quo, la que utiliza ese tipo de artimañas, sino también la evangélica, y la prueba es la disputa que hoy por hoy se libra a partir de una ordenanza, dicen unos, sugerencia dicen otros, del alcalde de Guayaquil respecto de la marcha del día del Orgullo LGBTIQ+. Justo en campaña electoral, además.

Aquiles, como se llama al alcalde, en lugar de esperar otro tiempo menos conflictivo, en lugar de aguardar a que bajen las aguas electorales y electoreras, ha sentido (me atrevo a suponer) el aguijón aquel de la fe que obliga a manifestar su posición aunque sea de forma velada respecto de unas tendencias. Seguramente recordó que si no haces algo puedes terminar en alguna de las pailas del averno convirtiéndote en un interminable chicharrón. O tal vez pudo más el amor por sus creencias que aúpan discriminaciones varias para ganar el favor divino. Pero como no podía manifestarlo abiertamente, se decidió por un tímido boicot: no lo hagan aquí, donde lo han hecho siempre, sino allá, donde es más práctico y conveniente.

¿Qué le costaba aguantarse un poco? ¿Cuál es el afán de hacer semejante cosa ahora, ahorita, ahoritica mismo? ¿A qué oscuras presiones confesionales está cediendo? ¿Alguien que se tomó una foto con Laje y Márquez, conspicuos representantes de la ultraderecha argentina, le sugirió aprovechar este momento para colocar un palito entre los radios de la bicicleta LGBTIQ+? No les impidas, pero estórbales un poco. Que sepan que aquí no mandan ellos, que no pueden hacer lo que les da la gana, que no son los dueños de la ciudad… En el fondo el inconsciente mandato del dogma sería prohibir, pero en estos tiempos de corrección política tal vez baste con ocultar, con sacarlos del escenario, y con el buen pretexto de la planificación urbana.

Por otro lado, ¿acaso el alcalde Aquiles Álvarez advierte lo que este acto personal-religioso-urbanístico puede costarle a la candidatura de su supuesta coidearia o copartidaria Luisa González? ¿No podía esperar un poco más para modificar no solo la ordenanza concerniente a la marcha del Orgullo LGBTIQ+ sino a todas las marchas que se realicen en su ciudad? ¿Qué pretende con estas acciones en tiempos de campaña electoral? ¿O acaso a eso fue? Y la última pregunta la hago porque desde la traición morenista aprendimos que en la viña del Señor todo puede suceder.

En todo caso, al ser una autoridad, y esto no v a solamente para él, Aquiles Álvarez debería estar consciente de que no gobierna para su fe, sino para todo un pueblo diverso y muy complejo, y que se debe más a sus votantes que a su particular fe, respetable y todo, pero no determinante.