Opinión
Retornar a la civilización por un camino empedrado
Hace mucho tiempo, mi sentido de protección y cuidado a quienes quiero, me llevó a privarme de estar o aparecer junto a ellos y ellas, para no afectarlas de ningún modo con mi presencia mediática y cruelmente lapidada.
Aprendí a comprender y a transformar el dolor de sentir el rechazo de personas negadas al contraste y que en base a una sola versión de los hechos fueron conducidas a verme como una lacra social.
Un día, ese mismo tiempo -único aliado de la verdad- acercó a mi vida personas que poquito a poco fueron disipando ese recelo y enclaustramiento al que me condenó un grupo de personas bárbaras, para quienes mi presencia es inconveniente y hasta peligrosa -dicen- porque no obedezco.
Otro día, ante mi recelo a ser fotografiada con una persona que quiero, argumentando de mi parte no querer causarle daño alguno, ésta caminó hacia mí diciéndome “para mí es un honor que nos vean juntos”
El progresivo retorno a la “civilización” lleva 27 años de empedrado -esta vez- de reconocimientos individuales, personales y hasta “arriesgadamente” públicos a un modo de pensar y manera de vivir inspirada en la integridad ética enlazada con la ternura y templanza para la defensa de principios desde la realidad objetiva de hechos deliberada y perversamente torcidos por la malicia, para activar dudas convenientes para volverme al ostracismo.
Hoy los cómplices de la mentira vuelven al ataque en el cual la verdad y la justicia molestan porque develan la malignidad de sus métodos para lograr la desaparición forzosa de los elegidos.
Esta vez mi sentido de protección y cuidado hacia el ser que soy me impone retornar a mi grisácea, quizá para un nuevo vuelo a lo eterno de lo que vengo, sabiendo que el oficio de francotiradores y minadores de la ética, la verdad, la justicia, la humanidad se encuentra en auge en mi amado y chiquito país; así decurre una vida entre el bando de los aliados de la verdad y/o cómplices de la mentira.
Mientras, el sol tiene manchas, pero también tiene luz; en consecuencia, parafraseando a mi abuela Isabel y abuelo José Ariosto, cuando la voz de un enemigo te ataca, el silencio de un amigo te condena.
Gracias infinitas desde mi alma a quienes más allá de saber tan solo mi nombre, en algún momento eligieron conocer, preguntar, escucharme y extenderme su mano, gesto que significó -para mí- dejar de ser ignorada con el testimonio directo de una ética que trasciende la duda inoculada en su mente, dándonos la victoria del contraste.
La vida sigue y con ella mi inalterable esencia de servicio al prójimo