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Opinión

Luces en tiempos oscuros

Las fuerzas policiales, incapaces por ejemplo de llegar a tiempo a un siniestro o hecho delictivo flagrante, incapaces de encontrar un vehículo robado o de seguir el rastro de una persona desaparecida sin pedir un ‘apoyo’ económico a los desesperados familiares, cerraron filas en torno al acusado.LUCRECIA MALDONADO

El 11 de septiembre de 2022 María Belén Bernal Otavalo, joven y exitosa abogada de 34 años, acudió en altas horas de la noche a la Escuela Superior de Policía General Alberto Enríquez Gallo a buscar a su esposo, Germán Cáceres, oficial de policía e instructor de aquella escuela. Las vivencias emocionales de aquel viaje quedarán para siempre perdidas en el olvido, pero fue víctima de la intención irrestricta de ‘salvar’ su relación, y paradójicamente en ese camino terminó perdiéndolo todo, incluso la vida.

Cáceres, en un demencial afán de simular inocencia, es quien da la voz de alarma sobre la desaparición de su esposa, pero desde aquel momento en que fingía la búsqueda ya su discurso estaba plagado de incoherencias e inconsistencias. Y es entonces cuando aparece en escena Elizabeth Otavalo, la madre de María Belén, quien emprendería desde aquel momento una tenaz búsqueda y una tesonera lucha por determinar lo que pasó y para buscar justicia para quienes participaron en un crimen que luego, poco a poco, se descubriría como uno de los más horrendos en la historia de nuestro país.

Las fuerzas policiales, incapaces por ejemplo de llegar a tiempo a un siniestro o hecho delictivo flagrante, incapaces de encontrar un vehículo robado o de seguir el rastro de una persona desaparecida sin pedir un ‘apoyo’ económico a los desesperados familiares, cerraron filas en torno al acusado. Y no solamente en el momento en que se descubrieron en parte los macabros sucesos, sino en el mismo momento en que el hombre, ebrio de alcohol, furia y quién sabe cuál otra sustancia, agredía brutalmente a golpes a su esposa, quien pedía auxilio a gritos, gritos que por otro lado no encontraron ninguna respuesta hasta que fueron silenciados por completo.

Se ha abundado ya mucho en las incidencias del horrendo crimen. De igual manera se ha abundado en el horror de la indiferencia de todo un cuerpo colegiado que escuchó el crimen y no hizo nada por detenerlo, entre ellos, con mayor pena el oficial Alfonso Camacho, también sindicado por su inercia mientras se perpetraba el crimen. Y se conoce el hecho por demás macabro de que, tras el horrendo asesinato, Germán Cáceres fue a solazarse con su nueva ‘novia’.

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No es la única vez que un uniformado agrede e incluso asesina a su pareja. En los últimos años se ha tenido noticia de muchos de estos (como se suelen llamar, aligerando la carga) ‘casos aislados’, incluido el terrible crimen de un policía que contrató sicarios para disparar contra la madre de su hija y su misma hija de ocho meses, que falleció en el acto.

Pero estas crónicas del horror también permiten que florezca el heroísmo, más allá de su cuota de dolor y angustia, y de la explicable rabia e indignación que esto nos provoca. Y hoy por hoy, la madre de María Belén Bernal, Elizabeth Otavalo lidera la lucha por la justicia no solamente en el estremecedor caso de su hija, sino que es el ejemplo para que otras madres y familias en donde el femicidio también ha hecho lo suyo puedan atreverse a alzar su voz y a pedir lo mínimo que la sociedad puede ofrecer a su tragedia: empatía, contención y justicia.

En un país en donde ciertos feminismos de ocasión se ponen a ver quién reclama los derechos de las mujeres para apoyar o no, no es de sorprender que la tasa de femicidios haya subido hasta la escalofriante cifra de uno cada 26 horas, y posiblemente al alza, es decir que en el Ecuador se asesina a una mujer por día, por el solo hecho de serlo, y con frecuencia el hecho es cometido por su misma pareja… y también con frecuencia, esta pareja lleva un uniforme y un arma de dotación.

Vivimos en unas estructuras sociales sexistas, misóginas, que tienden a culpabilizar a la víctima, no importa si es mujer o menor de edad, o ambas, sobre todo en temas de femicidio o abuso sexual. Por eso es importante no callar. Como mujeres o como familiares de mujeres agredidas, maltratadas o incluso asesinadas, levantar la voz. Buscar justicia. Hacer saber que no se pasará por alto ni se permitirá que se eche tierra o se olviden situaciones como el caso de María Belén que, sin ser único, se ha vuelto emblemático en los difíciles tiempos que vive el país, agravados además porque, al ser la Policía casi el único y quizá el más fuerte soporte de un gobierno rechazado por la mayor parte de la población, se desconocen todas las irregularidades y situaciones cuestionables que se viven en su interior.

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Por eso la voz, el grito, el llanto de Elizabeth Otavalo es tan importante. Por eso también es muy importante su entereza y la fuerza con que ha enfrentado a poderes que siempre se han vanagloriado de sentirse imbatibles ante la indefensa comunidad a la que se supone deberían servir. A Elizabeth, así como a Pedro Restrepo y su familia, le debemos un ejemplo de lucha en medio de la maldad y la estulticia y el hecho de iluminar los tiempos oscuros con su valentía y la luz de su amor hasta las últimas consecuencias. Y también les debemos, quienes tenemos consciencia de su lucha, el acompañamiento y el soporte para que nunca más se repitan sus terribles historias que, sin embargo, para ellas fueron tan solo el camino para volverse luz en tiempos oscuros.

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