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La belleza de la oligarquía
Que los pobres somos vagos y feos. Los de izquierda también. ¡Chuta!, es como para amargarse la vida, si el asunto fuera tan sólo de estética facial o de gustos. “La suerte de la fea la bonita lo desea”, dice un adagio. Quien tiene esos “elevados” criterios, fue hasta hace pocos días la Viceministra de Educación. Es la misma que se ve en la foto de palacio, por el combate a la violencia de género. ¡Qué amor de persona! Y para mal de mis pecados, lleva mi apellido. Es de que se haga ver, no vaya a ser contagioso, pues no le
hace nada bien tanto odio, aunque pertenezca a las filas de la “gente de bien” de los valles, que tanto luchó por la nutela. Por más señas el 30S ella y los de su casta cayeron en depresión. Pobrecitos. Los ricos también sufren.
El 98% de la población mundial es pobre, para que apenas el 2% siga siendo rica, señora pelucona. La pobreza no solo que no es fea, es vergonzosa, injusta, excluyente, anticristiana. La oligarquía prevalece porque retiene los medios e instrumentos de producción a través de una institucionalidad que deforma el Pacto Social. Impusieron la ley del embudo y crearon para su beneficio una sociedad tan desigual que ya no tienen argumentos para justificar la barbarie de su demencial explotación. El Socialismo del Siglo XXI aportó al mundo con una propuesta que zanja la clásica confrontación del capital y el trabajo. Propone la existencia de un Estado robusto y legitimado por la autoridad popular para exigir garantías para el capital, si; pero con prelación y preferencia incondicional de los derechos de las grandes mayorías, de los proletarios, de los explotados, de los pobres y marginados. Y que los pelucones paguen sus impuestos.
No puede prevalecer un sistema agotado que se asienta en la negación inescrupulosa del derecho a la vida de la gente pobre. ¿Qué es, por ejemplo, la “flexibilización laboral”?: que los trabajadores renuncien a sus miserables condiciones, sin opción a ninguna aspiración, para que los dueños del capital cuenten por miles de millones su plusvalía y ofensivo bienestar. Esto es insostenible. El Socialismo del Siglo XXI opta por un Estado que le garantice al trabajador al menos un salario digno, utilidades, participación minoritaria en el capital social, afiliación a la Seguridad Social y un mínimo de buen vivir. ¿Es pedir mucho?
Pero ni eso aceptan, engolosinados en su insaciable voracidad acumuladora, con lo que están matando la gallina de los huevos de oro, pues el Neoliberalismo no tiene sostenibilidad en el tiempo, su intervencionismo en la vida interna de los Estados queda en evidencia ante el empobrecimiento que causa su recetario hambreador. La imposición de sus “cartas de intención” genera más pobreza, lo que a ciertas damas como las del cuento, les parece muy fea. Entonces que siga la lucha de clases. Porque más fea es la explotación del ser humano que clama por una elemental justicia distributiva. Hace más de dos siglos el humilde carpintero de Nazaret, reivindicó con su evangelio el derecho de los miserables y murió en la cruz de los escribas y fariseos, que ahora sería la oligarquía.
Su mensaje cristiano aún está inconcluso. Tenemos el deber de consolidarlo ante la indolencia de los “hostiabuches”…